Mecedora

Fui a visitar a la mamaíca porque dicen que ya está vieja.

Esa casa que me aburría cuando niña, ahora es un lugar lleno de historias pero entre la falta de nicotina, los mosquitos y el calor era difícil estar de buenas así que la mamaíca empezó a contarme de cómo en sus tiempos todo era diferente.

Cuando los muchachos vivieron aquí no había nada construido cerca, era un campito; es más, tus tíos llegaron un día con un caballo... y vivió aquí afuera hasta que... bueno, no sé en qué terminó el asunto del caballo; ya no me acuerdo de muchas cosas, es que ya soy vieja.
¿Quedamos que tu eres hija del rubio o de Julio Pelao?

-Del rubio, Mamaíca, de José.

Que bueno que estás aquí, mi niña. Hay que visitar a los viejos para que los cuentos no se mueran junto con uno.

Se quedó callada viendo su pedazo de dulce de leche -de Baní, que es el bueno, porque no es tan dulce y es más suevecito- y yo seguí espantándome los mosquitos para que no me dé la chincunguya y viendo la mecedora que desde días antes me llamó la atención; seguía moviéndose. Me quedé buscando una explicación lógica de poqué era la única que se movía, pensé en las corrientes de aire aunque no había, o que es una mecedora vieja y seguro las patas están gastadas y chuecas.

-Cuando vivía tu tío aquí, tu papá vivía con Oscar mi cuñado y su hermano, el grande, estaba estudiando para ser agrónomo o algo así, los que ven las cosas de la siembra y eso.
-Pensé que también era médico.
-No no, el veía la vaina de la siembra. Venía a comer casi todos los días porque vivía cerca y en la noche se juntaban todos aquí para hacer cuentos. Cómo se reían!
Había días en los que se iban de fiesta y llegaban a dormir todos aquí: mis hijos, tus tíos y tu papá... Llegaban todos borrachos y se acomodaban para dormir en la parte de arriba; no sé como cabían, si eran tantos. Siempre había alguno se acordaba de un chiste y lo soltaba. Me despertaban las carcajadas y mi esposo, muerto de risa ponía cara de enojado para ir a callarlos, la verdad es que le gustaba que hicieran eso, pero no se los decía. Ya sabes cómo es la gente, después abusan de uno.

El día que murió tu tío, vino a comer. Lo vi raro.
-¿De qué murió?
-El corazón.

La mecedora seguía moviéndose.

Ese día, después de comer, salió para casa de Oscar a ver a tu papá, algo hablaron y se despidió. José le dijo que no se veía bien, que no bajara para acá sólo, pero él como era el más grande no le hizo caso.
Dijo que iba a pasar por aquí para despedirse y tu papá vino en su carro atrás del él. Yo no se sí porque es médico o porque algo vio, cogió su carro y le calló atrás.
Entraron a la casa gritando, como todos en esta familia. Bullosos, coño!
Salieron todos para saludar y se quedaron acomodaron en las mecedoras de la galería, por eso hay tantas, siempre ha habido mucha gente en esta casa.

Cuando llegué con las bebidas, tu tío se levantó para saludarme y ahí mismo se desvaneció...
Quedó tendidito en el piso.

Los ojos de Mamaíca, azules y viejos, se llenaron de lágrimas. Volvió a mirar su dulce de leche
-Segura que no quieres?
-No, gracias. No como dulces.
-Pero es de Baní, del bueno.
Me reí porque era la tercera vez que me decía lo mismo -No, de verdad. Gracias
-¡No te rías de mi!- me dijo riéndose también -Ya soy vieja.

Dejó el dulce y siguió contándome.

Cuando el se fue pa'l suelo, tu papá se arrodillo al ladito suyo, le puso la mano en el cuello, le desabrochó la camisa y empezó a darle golpes en el pecho... rápido supo que hacer.
Yo llamé a los paramédicos. Tu tío salió corriendo como buscando algo o a alguien, entró y salió sin saber qué hacer y sin hacer nada. Uno de mis hijos, no recuerdo cuál, llamó a tu abuela para avisar que se había puesto malo el Juan.
Pobre vieja. Lo que le habrá dolido.

Para cuando llegaron los paramédicos él ya se había muerto. Tu papá seguía en el piso tratando de hacer que el corazón volviera a encenderse, pero nada. Todos nos quedamos mirando callados. Nunca nos habíamos quedado tan callados. Nunca se había sentido en esta casa tanto silencio.

Aquí se murió tu tío. Aquí en la galería, al lado de su mecedora.

Que ya está muy vieja, la pobre... no sabes cuántas veces he pensado en botarla pero me recuerda a él. Además, desde que murió, no para de mecerse.




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