Mis mejores y peores costumbres las saqué de ti.
Por ti fumo, por ti se cómo insultar a alguien en su cara
sin que se de cuenta, disfruto tanto el café porque verte tomarlo bastaba para
saber que estaba bueno. Por ti me gusta comer cosas que no conozco, y de ti
salen mis antojos eternos. De ti aprendí que a veces se vale manejar 5 horas
sólo para comer mariscos en la playa.
Es tu culpa que no esté a ver acostumbrada a ver paredes
(literal y figurativamente) y que extrañe tanto los libros a manera de adorno. Es tu culpa que me guste la música de viejitos.
De ti aprendí a hablar en público, a disfrutar el cine y el
teatro, a enamorarme hasta que duela –aunque duela.
Gracias por dejarme leer a Dostoyevsky y todos los libros malditos cuando definitivamente
no tenía edad, gracias por mis libros de cabecera, por escucharme y hablarme.
Gracias por enseñarme a manejar, a pasar corriente, a
cambiar llantas, a hacer frijoles, a tejer, a tocar guitarra… gracias por
dejarme abrir las alotas y advertirme del trancazo que me iba a dar (cada una
de las veces) y gracias por cacharme.
Gracias porque aunque dejaste de saber quien era me dejaste
conocerte otra vez. Gracias por dejarme enseñarte a hablar y a escribir,
gracias por dejarme enseñarte a leer. Gracias por las mañas nuevas.
Te extraño todos los días, pero me dejaste el mejor reemplazo del mundo. Tu otra vez.
Te quiero, ma.
Eres la major del mundo (las dos tu)
¡Feliz cumpleaños!
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