Otro tango


Esa foto se la tomé yo el día que llegó de Córdoba.

Se había ido porque no encontró otra manera de salirse del lío en que estaba metida.
Se iba a casar con un tipejo que dizque de muy buena familia; pero comparado conmigo, lo único que tenia era dinero.
Era un pendejo pocos huevos al que nunca le enseñaron como se debe de tratar a una mujer.

No sé cómo le hacia para soportar tantacomemierdería si ella era tan sencilla tan sangre ligera, tan… Tan ella.
En esos tiempos no se usaba que las mujeres estudiaran, si acaso estudiaban mecanografía o secretariado bilingüe, que era una carrera mucho más completa. Ella estudiaba de verdad; ingeniería química como yo.

Ahí la conocí. En la facultad.

No se si de verdad era muy guapa o así la veíyo porque era la única mujer en la escuela; tenia las caderas anchas, una cintura chiquitita, brazos fuertes, pechos chiquitos, el cabello largo y muy oscuro, aunque por la forma en la que se peinaba parecía que era mucho mas corto. Era de piel muyblanca y de cachetes rosas igual que su boca, aunque la boca siempre se la pintaba de rojooscuro.

Todos andaban atrás de ella y todos sabían que estaba por casarse.
Todos menos yo.

Empezamos a salir porque le gustaban los mismos tacos que a mi, bueno, a ella le gustaban; yo iba porque era lo único que podía pagar.
Los dos éramos huérfanos, con la pequeñadiferencia de que yo había heredado deudas y ella una fortuna que no se le notaba porque para entonces el dinero lo administraban sus tíos.

Stía era muy de alcurnia y como toda doña copetona de esta ciudad hacía todo lo posible para quedar bien con cuanta gente pudiera, en este caso, ella era una de las más inteligentes, porque había decidido ayudar en la iglesia. Por más que alguien la quisiera criticar, tenía al cardenal en la bolsa y a nadie le convenía (nunca ha convenido) echarse a la iglesia en contra… Hay que tener a los enemigos cerca.
Además al cardenal también le convenía tener a esta doña organizando cuanta beneficencia se le ocurría, todas muy concurridas y todas, claro, en el country.

Creo que por ahí conoció al pendejo ese.

A ella le gustaba bailar. A mi me gustaba ella.

Empecé a ir a bailar al cid para acompañarla con el pretexto de que no anduviera sola porque caminar por ahí en la noche era muy peligroso.
¿Qué peligroso iba a ser?!

Es por eso que se bailar.
Por ella.
A mi el tango ni me gusta.

Joaquín sabia que “un compañerito” de la escuela bailaba con ella pero nunca se preocupo por averiguar quien era el famoso compañerito.
Seguro pensó que era puto. Puto el. Puto y pendejo.

Aprendí a bailar. Ella me enseñó.
Uno de los del cid decía que para bailar tango se necesitan cómplices. Se necesitan amantes, se necesita pasión y tensión.

Todo lo teníamos, a lo mejor por eso bailábamos tan bien juntos. No eramos los amantes que yo quería porque ella era demasiado respetuosa con el tarado ese, pero se que en el fondo me quería a mi. A veces tanta educación echa a perder a la gente.

Entramos al concurso porque ella quería. No tenía ni siquiera que pedirme demasiado, yo iba a hacer todo lo que quisiera, cuando ella quisiera. Aunque nunca supo que tenía tanto poder sobre mi… siempre hice que pareciera que coincidía con lo que yo quería hacer.

Yo lo conocí el día del concurso, el día que nos vio bailar. El día que todo se fue al carajo. Al carajo para el, yo estaba jodido igual.

Los golpes que le dio a Mariana fueron lo mejor que me pudo haber pasado, aunque claro, en ese momento solo podía pensar en matarlo. No se que me molestó más, que no la dejara terminar de bailar, que la golpeara o que la muy bruta se fuera con el después de tremenda escenita.

A fin de cuentas ya dije que era un pendejo.

Si me hubiéra madreado a mi, Mariana estaría casada, estaría dirigiendo algún club de canasta o alguna de las pendejadas que hacen las doñas copetonas del Country, tendría nietos y caballos, y el remordimiento de haber pensado en engañar a su casi esposo con un don nadie de pueblo como yo la hubiera hecho dejar de bailar.

Pero bien dicen que el hubiera no existe.

Nunca supe bien qué pasó porque no dejé que me llegaran chismes, no de ella; sólo me enteré que no llegó a la boda. Digo, me enteré yo y se enteró todo el leyera el periódico, porque plantar a un “Martin del Campo”  no es algo que pase todos los días.

Unos meses después me escribió para decirme que se había ido a Argentina a bailar, que era lo único que podía hacerla realmente feliz, que iba a ser la mejor.
No volvió a escribir.

Casi cuatro años después recibí una llamada pidiéndome direcciones para llegar a los tacos que estaban cerca de la escuela. Venía con una compañía de baile argentina a bailar en el Degollado.
La llevé a los tacos. Yo nunca dejé de ir.

Ver su foto en el periódico y enterarme así de su muerte sólo me hace recordar lo que me dijo la ultima vez que la vi, el día que llegó de Córdoba.
“El tango es como el café: negro y amargo como el infierno, pero dulce como el amor”.

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